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Paisajes sonoros

02/07/2008
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Joan Nogué,
La Vanguardia

En su libro L'obra i la por (2007), publicado en la excelente colección de ensayo en catalán que Cercle de Lectors/Galàxia Gutenberg inició hace poco, Perejaume, en un pasaje del capítulo referido al paisaje, se refiere a la "engañosa estampa de un paisaje sordomudo condenado a la visualidad". En efecto, hemos relacionado históricamente el paisaje con el sentido de la vista, pero resulta que el olfato, el oído, el gusto o el tacto pueden llegar a ser tanto o más potentes que la vista a la hora de vivir o de imaginar un paisaje, y en especial sus elementos ocultos. Sabemos cómo y por qué se originó en su momento la primacía de la visión en la cultura occidental hasta llegar a influir en una determinada forma de ver y entender el paisaje, aún hegemónica y muy alejada de la habitual en otros contextos culturales y periodos históricos. No se trata a continuación de rememorar este proceso, que hunde sus raíces, como mínimo, en los orígenes del paisajismo occidental, sino de mostrar que, como sugiere Perejaume, la ‘experiencia' del paisaje es incompleta si se limita sólo a la vista. Vivimos el paisaje en su plenitud cuando no sólo lo miramos, sino también cuando lo tocamos, lo oímos, lo olemos, lo degustamos y, a ser posible, todo ello a la vez. Tengo la impresión de que, por fin, algo se mueve en este terreno. Desde ámbitos disciplinares muy diversos emergen iniciativas tendentes a reequilibrar un poco la balanza y a mostrar el papel relevante que el resto de sentidos tiene a la hora de acceder al significado profundo del paisaje vivido, e incluso al genius loci que lo habita. Quizás sea en el ámbito de los denominados ‘paisajes sonoros' en el que más dinamismo se observa últimamente, por lo que a ellos voy a referirme en este artículo.

La cuestión empezó a despertar interés a partir de 1970, año en el que se puso en marcha en la Universidad Simon Fraser de Canadá el proyecto World Soundscape Project (WSP), liderado por R. Murray Schafer. El proyecto nació con la intención de estudiar la evolución y transformación del paisaje sonoro y cómo los cambios que en él se producen afectan a la gente y a su forma de relacionarse con el entorno. De ahí surgieron obras, escritas o coordinadas en su mayoría por Schafer, que se han convertido con el paso de los años en auténticos referentes en la materia, como The Tuning of the World (1977), The Vancouver Soundscape (1978) o, ya más tarde, Voices of Tyranny (1993), entre muchas otras. Desde entonces se han multiplicado por todo el mundo propuestas similares, algunas procedentes del ámbito de la música y del arte, otras de la sociología, la antropología, la geografía y las ciencias sociales en general y otras tantas de áreas más bien técnicas.

Aunque algo tarde, la fascinación por el tema ha llegado también a España. La celebración en Madrid en 2007 del Primer Encuentro Iberoamericano sobre Paisajes Sonoros es una buena muestra de ello. Existían algunas experiencias pioneras, como, entre otras, el Archivo Sonoro, el colectivo gallego Escoitar, algunas mediatecas que informaban sobre la temática y algunas webs institucionales que se referían a la materia, aunque en general muy orientadas hacia la contaminación acústica. No hay que olvidar, tampoco, algunos relevantes pasos dados desde el denominado arte sonoro, que, como es sabido, va mucho más allá de la dimensión puramente musical para penetrar en campos como la poesía fonética y sonora o la escultura sonora. Desde los trabajos primigenios del madrileño Lugán hasta el Archivo de Arte Sonoro creado por la Orquesta del Caos, fundada en Barcelona en 1994, la verdad es que no es nada despreciable el recorrido del arte sonoro en este país. Hay que celebrar estos precedentes, pero lo cierto es que, dejando a un lado lo dicho sobre arte sonoro, no ha sido hasta hace muy poco cuando, por fin, se ha empezado a oír (nunca mejor dicho) un cierto rumor en relación con el tema de los paisajes sonoros. En cosa de pocos meses y sin salirnos de Cataluña la prensa se ha hecho eco del proyecto Acústicas de las transformaciones urbanas, del colectivo Ciudad Sonora, formado por una geógrafa, un psicólogo ambiental y un musicólogo; del Freesound Project, del Grupo de Tecnología Musical de la Universitat Pompeu Fabra; e incluso de blogs personales, como el Quadern de sons. So i espai sonor, centrados en el mapa sonoro de Barcelona. Y hace muy pocos días se hacía público el acuerdo entre la Fundació Caixa Catalunya y la Fundació Bosch i Gimpera para elaborar el mapa de los paisajes sonoros de Cataluña, tarea que coordinará el escultor Josep Cerdà desde la Facultad de Bellas Artes de la Universitat de Barcelona, con la colaboración del Observatori del Paisatge de Catalunya.

¿Qué está pasando? ¿A qué viene de repente tanto interés? Creo que el motivo principal tiene que ver con la convicción cada vez más compartida de que, para conseguir una plena vivencia del paisaje, ya sea rural o urbano, la dimensión acústica del mismo es fundamental. Y no sólo eso, sino que su idosincracia, su personalidad, se explica a menudo por su ‘música', es decir por aquellos sonidos que le son propios y que le confieren identidad. En este sentido, aproximarnos al sonido de un lugar es acercarnos a su esencia y es precisamente por ello por lo que muchos de los proyectos mencionados ponen el énfasis en identificar aquellos elementos sonoros que merece la pena conservar, e incluso restaurar, ya sea por su valor simbólico (el repiqueteo de las campanas), por su placidez (el sonido del agua) o por otras razones . Este planteamiento está íntimamente relacionado con la preocupación contemporánea por recuperar o reconstruir el sentido de lugar perdido en tantos rincones del territorio y, por ello mismo, está estrechamente vinculado al debate cultural y a la creación artística.

Bien es verdad que existen otras formas de aproximación al fenómeno. Unas tienen que ver con la preocupación por la pérdida de biodiversidad –en este caso sonora- en las economías desarroladas. En estos proyectos se pone el énfasis en el progresivo empobrecimiento de los sonidos naturales ante el avance de los generados por las sociedades humanas, algo que la bioacústica lleva tiempo denunciando. Otras están estrechamente ligadas a una de las problemáticas más acuciantes de los entornos urbanos contemporáneos: el exceso de ruido, la cacofonía nihilista, esto es la contaminación acústica pura y dura y sus nefastas consecuencias para la salud y el bienestar del individuo. No hay más que darse una vuelta por webs como la de la Associació Catalana contra la Contaminació Acústica para darse cuenta de ello. Sonidos estridentes, machacones, repetitivos, vacíos de contenido, anulan nuestra percepción auditiva y nos impiden acceder a la inmensa riqueza sonora de nuestros paisajes, que, por lo general, transmiten una atractiva sinfonía de sonidos, algunos efímeros, otros más permanentes.
Por cierto, si hay contaminación acústica es, precisamente, porque hemos ignorado el valor de nuestros paisajes sonoros. Habrá que aprender a (re)escuchar el paisaje, como sugiere la compositora y artista sonora Hildegard Westerkamp:

Escucha.
Las palabras
en esta página impresa
son sonido.
Escucha.
La voz silenciosa
en esta página impresa
es sonido.
Escucha.
La vida
en este vecindario
es sonido.
Escucha
las voces
mientras caminas.
Escucha
las pausas.
Escucha
tu respiración
y sus ritmos.
Deténte un momento
y escucha tus pensamientos.
Síguelos hasta que ya no puedas escucharlos.