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Oda a la fábrica abandonada

14/04/2015
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Iñaki Uriarte,
Deia

Con motivo de la presentación hoy en el legendario y acreditado Cine Club Fas de Bilbao del documental Oda a la fábrica abandonada, parece oportuno hacer alguna consideración ajena a su sentido cinematográfico, que juzgará el espectador. Dicho trabajo relata de modo subjetivamente sugerente la anónima belleza del abandono industrial y que, por circunstancias sobrevenidas en años muy recientes con la brutal desaparición de estas inmensas catedrales de la industria, es ya un documento irrepetible de interés histórico. El filme es un proyecto realizado con criterios de autogestión y autonomía de recursos técnicos propios aplicados por un reducido grupo de profesionales de la arquitectura, el audiovisual y la música, entre los que me encuentro.

Hace ya años que al igual que en otros países desarrollados se produjo en Euskal Herria un violento desmantelamiento industrial, especialmente en los sectores siderometalúrgicos. Afectó a empresas hasta entonces de acreditadas referencias productivas, con plantillas muy grandes, que generaban mucho empleo, riqueza y prestigio, ubicadas principalmente en el entorno de la ría, que por su concentración, complejidad y complementariedad constituyeron un imperio del hierro.

EL SÍMBOLO DE EUSKALDUNA

Esta decadencia tiene su inicio quizá de modo tristemente simbólico como rotunda protesta social, en las contundentes reivindicaciones y manifestaciones de los trabajadores de la Compañía Euskalduna junto a su astillero en el centro de la Ría de Bilbao y el puente de Deusto. Una enérgica exigencia del mantenimiento de los puestos de trabajo y de la empresa, sumamente competitiva en aquel tiempo y muy valorada en diferentes sectores productivos, que el Gobierno español había decidido clausurar a finales de octubre de 1983, lo que provocó radicales acciones de sus 2.000 trabajadores. Se iniciaron violentísimos enfrentamientos con la Policía Nacional española, respondidos con armas de fuego y finalizados con la invasión del recinto y muerte del trabajador Pablo González el 23 de noviembre de 1983. Con gran inmediatez, se cerró definitivamente la producción y la empresa, perdiéndose uno de los episodios más singulares de la industrialización vasca.

Desde una consideración patrimonial, desapareció el astillero de modo material y traumático el 20 de febrero de 1993 cuando, a las 11.40 de la mañana, el entonces consejero de Vivienda y Medio Ambiente en el gobierno de coalición PNV-PSOE, José Antonio Maturana (PSOE), pulsó el botón por el que 17,5 kilos de goma 2 volaron en cinco segundos el comedor de la empresa, último baluarte de resistencia desde 1984. Señala el inicio de un drástico y dramático proceso.

Poco después, entre 1994 y 1995, la empresa más representativa de la identidad industrial del país por su envergadura productiva, económica y laboral, el complejo siderúrgico de Altos Hornos de Vizcaya (1902), era exterminado. Solo permanecen cuatro escasos testimonios físicos: edificio de oficinas de AHV (1911) y Pabellón Ilgner (1926), en Barakaldo; las naves de laminación de perfiles (1913), actualmente almacenes, y el Horno Alto número 1 (1959), en Sestao. Con otro cruel e inculto proceso de voladuras desaparecieron los recintos, ingenios y elementos fabriles más icónicos del impresionante frente industrial de la ría.

Este gigantesco, violento y veloz afán destructivo apenas produjo alguna reacción de rechazo una vez solventados los problemas socio-laborales. Además de la pérdida de una referencia industrial, una historia productiva, un conocimiento tecnológico, el empleo y la economía social, un amplio, valioso e irrepetible patrimonio de la actividad industrial queda amenazado, desamparado y, por una imparable vorágine destructiva, culminará en su total demolición, procedimiento que desgraciadamente continua en la actualidad.

Responsabilidades Esta debacle industrial, laboral, social y patrimonial tiene diversas causas, incluida una motivación política.

El afán especulativo de las empresas en proceso de cierre o traslado debido a la extensión y, en ocasiones, centralidad de sus instalaciones, con sus influencias para conseguir lucrativas recalificaciones urbanísticas tantas veces amparadas en decisiones de los responsables políticos en las administraciones competentes, sin apenas diferencias entre ideologías, aparentes, de izquierda o derecha.

La sorprendente indiferencia de los colegios profesionales de arquitectos e ingenieros así como de las escuelas técnicas homónimas, incapaces de comprender y defender unas edificaciones audaces con calidad constructiva, tecnología avanzada y de referencia cultural, en suma su sentido patrimonial. Solo desde el colectivo artístico, fotógrafos, cineastas y pintores han plasmado estos escenarios plenos de sugerencias.

La desconsideración absoluta que han tenido las construcciones industriales como referencias y arraigo de una localidad, hitos paisajísticos, su amplitud espacial, capacidad de reutilización e incluso anónima belleza; en definitiva una arquitectura e ingeniería culta ignorada.

Ello ha propiciado que no solo carecieran de un reconocimiento social sino incluso que no fuesen apreciadas en los inventarios patrimoniales de las normativas urbanísticas y sin ningún tipo de valoración cultural con la ausencia de amparo legal. Los planes de urbanización en zonas industriales se han caracterizado por un incomprensible, sino sospechoso, afán destructivo para a continuación construir otros nuevos pabellones.

La Ley 7/1990, de Patrimonio Cultural Vasco no contempla la herencia industrial como un aspecto de la cultura. Ni ha existido un Plan Director del Patrimonio Industrial, hasta 2002 y en el ámbito estatal, el Plan Nacional de Patrimonio Industrial del Ministerio de Cultura.

Catecismo del cataclismo Otro de los responsables de esta catástrofe patrimonial es el Programa de Demolición de Ruinas Industriales propiciado desde 1993 por el Departamento de Urbanismo y Vivienda. Facilita el derribo de recintos industriales obsoletos productivamente, pero válidos constructivamente, para conseguir terrenos utilizables en nuevas implantaciones y cuyo lema es primero destruir, luego pensar. El catecismo del cataclismo. Una muestra de ignorancia ante un mundo que ya estaba reconsiderando hacía mucho tiempo las enormes posibilidades de reutilización de estos recintos así como la musealización de los ingenios, la maquinaria y los elementos de la cultura industrial.

El inicio del siglo XXI fue el incentivo último para reconsiderar los errores cometidos y reivindicar un radical cambio de esta estrategia de destrucción, actuando para lograr una implicación social mucho mayor en la defensa de un amplio y valioso patrimonio cultural industrial heredado en su mayor parte de la centuria precedente y algo también del final del siglo XIX.

Ante la evidencia de que era necesaria una reacción, parecía imprescindible crear una obra en formato de divulgación de fácil comprensión que fuese riguroso e incluso ameno para activar una implicación colectiva. Este es el sentido del documental Oda a la fábrica abandonada.

Un espacio, antaño laboral, pleno de acontecimientos, donde ahora reinan el vacío y su hermana, la soledad, invadidos por el silencio, son la dimensión oscura de un tiempo espléndido de brillantez productiva recorrido con tristeza por la memoria.