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Árboles en la ciudad

05/06/2006
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Diario de Sevilla

Árboles y jardines traen paisajes vivos al horizonte constructivo de la ciudad. Con las plantas, vienen los animales, aves, insectos y los invertebrados del suelo. Si las dimensiones lo permiten, en el jardín pueden encontrarse otros protagonistas, mamíferos y reptiles. La lista de especies no es una descripción adecuada para el jardín; le falta casi todo. El color de las hojas, la forma de las plantas y el diseño de troncos o ramas, las flores, la actividad de los pájaros, los murmullos del viento o los cantos y gritos de las aves.
El color cambia todo el año y entre hojas y flores renuevan el decorado de jardines y calles. Al comenzar el año, lucían las naranjas en las copas y al anunciarse la primavera, el azahar llevaba los jardines hasta nuestras casas. Con la Expo 92 hemos incorporado las bauhinias, que anticipan las hojas llenando la copa de hermosas flores rosas o blancas. Las catalpas de grandes hojas, han dado su floración blanca, de un aroma penetrante y ahora muestran ya los frutos, con vainas alargadas. Hace pocas semanas cuajaron las tipuanas, con sus flores anaranjadas que iluminan las copas y recubren las aceras y el suelo de los jardines. El árbol el amor, con sus hojas sugerentes, en racimos apretados de flores y las jacarandas que nos acompañarán hasta final de la primavera dando color a las avenidas y creando bajo las copas falsos charcos de florecitas azules. Enormes flores de los magnolios, copas fulgurantes como una llama de las grevilleas, grandes flores rosas del palo borracho.

Y las rosas, la rosa Sevilla, que soporta estoicamente el humo del tráfico y el descuido de los peatones y nos regala tantos meses de rojo vibrante. Rosales robustos o trepadores, delicados y sencillos o de grandes flores aterciopeladas en una riqueza de color y formas que se renueva cada año. Buganvillas, del blanco al carmesí, capaces de cubrir una pared o una pérgola de color. Y otras enredaderas rojas de tecomaria, anaranjadas de la capuchina, blancas o amarillas de jazmines, anaranjadas, amarillas, rojas en espectaculares flores tubulosas de las bignonias, azules, blancas rosadas, de las campanillas o cucos que trepan ágiles cada año decorando con sus campanitas efímeras nuestros setos. Geranios, pelargonios, infinidad de flores, plantas aromáticas, plantas crasas que esperan con paciencia el riego y soportan los olvidos sin quejas.

El verde urbano nos ha acompañado desde siempre en las ciudades andaluzas, en los patios, en los tiestos de cacharros adornando las paredes y los mínimos jardines de un alfeizar. En las plazas y los campos de la feria, en las romerías. A la puerta de una choza, de una casa o de un cortijo.

La sensibilidad no defiende al árbol: lo necesita. Colores de flores, aroma de hojas, cantos de pájaros, sombra de verano, juego de niños, eran parte de la cultura de Andalucía que jugaba a combinarlos con el agua de las fuentes y estanques para crear lugares de ensueño.

Los constructores de viviendas o infraestructuras muestran hacia el paisaje una sensibilidad embotada, destruyendo el entorno en el litoral, las montañas, el Aljarafe sevillano… En estos meses, las intervenciones urbanas están teniendo un alto costo para el verde urbano. Cuando no se valora adecuadamente, lo cómodo para la ejecución de la obra es eliminar el arbolado, suprimir los jardines, llenar de escombros el césped o los macizos de flores. ¡Ya se repondrán! parece sugerir esa actitud prepotente.

El Día del Medio Ambiente, la reflexión anual sobre nuestras relaciones con la biosfera, muestra demasiada prepotencia en nuestras acciones. En el constructor que levanta el adosado y el cliente que se lo paga. En la autopista que desfigura el paisaje, y el conductor que multiplica el consumo por su exceso de velocidad. En el agricultor que abre un pozo ilegal para un regadío, y el propietario que emplea el agua de red en su jardín. En la industria que vierte sus residuos sin tratamiento o el vecino que deja la basura en el alcorque de un árbol. Y tantos otros ejemplos.

Los problemas ambientales tienen un componente de normativa y exigencia de su aplicación en la esfera de la Administración. Y otro componente de sensibilidad, que es individual y enriquece o perjudica el entorno. A medida que se ha elevado el nivel de renta se han multiplicado las intervenciones y el equipamiento, pero no la sensibilidad.

La visión parcial de los colores, el daltonismo, parece extenderse como una plaga urbana que impide reconocer el verde de árboles y jardines, el arco iris de sus flores... la vida en medio del hormigón y el asfalto. Talas de jardines para levantar edificios, corta del arbolado en avenidas, en plazas, en patios y aceras, invocando argumentos técnicos deleznables: insensibilidad e incompetencia.

Si los árboles y jardines de mi entorno han dejado de interesarme, la conservación de los espacios protegidos, de los ríos o los mares, ya no me concierne. Me habré retirado del combate. Estaremos perdiendo la batalla de la biosfera.