La industria como fábrica del paisaje
Hace unas semanas se celebro en donostia el I congreso internacional de paleosiderurgia y recuperacion de patrimonio industrial. El arquitecto iñaki uriarte tomo parte en el mismo con una reflexion sobre la importancia del paisaje industrial que aqui resumimos.
La implantación de la Revolución Industrial supuso la alteración del tradicional equilibrio entre naturaleza y civilización. Los pueblos insertados en el agro o junto a ríos y puertos cambiaron su entorno natural, y básicamente horizontal, por una presencia violenta de volúmenes verticales de enorme tamaño: fábricas, chimeneas, depósitos,... que configuraron una fisonomía del paisaje radicalmente distinta. Nos situamos ante unos parajes que fueron, en general, románticos y hoy son rotundos: conjuntos fabriles, panoramas tecnológicos, lugares mercantiles y ámbitos humanos.
Las fábricas singularizan por su emplazamiento el territorio entendiendo y explicando el lugar donde se situaron: en las orillas de los ríos para utilizar todas las posibilidades del agua como fuerza motriz y aliviadero, buscando la proximidad de caminos de hierro y de carros, posteriormente carreteras. Los territorios fabriles protagonizan un complejo escenario compuesto por todos los atributos participantes en la actividad industrial: ilimitados senderos de catenarias de conducciones eléctricas, siguiendo en ocasiones trazados ferroviarios con infinidad de líneas de postes y tuberías de fluidos aportando nuevas energías.
La fábrica es la esencia de la industrialización. Allí donde se instala acapara el espacio con su gigantesca volumetría, los acentuados perfiles de las cubiertas, y alargadas fachadas con sus materiales tradicionales: la calidez del ladrillo macizo rojo o la frialdad de interminables paredones grises, aliviados en ocasiones, con ritmos de ventanales traslúcidos y amenizados con algún detalle ornamental. Estos recintos formalizarán austeras calles, crearán microciudades de producción rodeadas de cierres con muros y tapias. Complementadas con los simbólicos hitos de sus elementos emergentes, chimeneas y depósitos, ofrecerán una referencia iconográfica lejana y legendaria señalando, inequívocamente, en el horizonte una presencia industrial. Su fisonomía, definida básicamente por líneas quebradas, reconocida como propia por generaciones de trabajadores, se apropia visualmente de un lugar y desde ese momento fábrica y territorio se solidarizarán constituyendo una unidad tangible e indisoluble.
Fábricas y chimeneas serán inseparables en estos parajes y destacarán punteado en el horizonte. La chimenea es el elemento simbólico más representativo de un hecho industrial. De gran potencia visual, desafiando la verticalidad, "obeliscos humeantes", como los definió el arquitecto Karl Friederich Schinkel (1781-1841). Antorchas laicas y proletarias. Por ellas expira el humo, la imagen volátil del progreso industrial. Un mensaje de productividad, una nube que se difumina, algo no tangible, que invoca, en silencio, toda una convocatoria previa de movimientos, ritmos, rugidos, zumbidos y combustiones anunciando una nueva naturaleza interior.
Estos lugares perturbados por la industria dispusieron del territorio exclusivamente como un emplazamiento conveniente por razones funcionales sobre el que establecer un proceso productivo. Casi nunca se crearon ambientes aceptables. Los recintos fabriles y los espacios portuarios con sus instalaciones auxiliares de almacenes, depósitos, silos, grúas, etc. establecieron un repertorio de espacios desestructurados, de parajes inhóspitos, hasta ahora quizá sólo apreciados por su rendimiento y sus negativos impactos, ajenos a los conceptos tradicionales de hermosura e interés.
A diferencia de la arquitectura civil que tiene como modelo las Bellas Artes, las arquitecturas y los ingenios industriales constituyen obras de las artes útiles, generalmente concebidas sin propósitos artísticos pero de acuerdo a los estilos del momento de su implantación. Construidas con austeridad ornamental basada en el funcionalismo y con un lenguaje compuesto de contrastes: la sobriedad de las formas fabriles y la complejidad de sus instalaciones auxiliares. La forma al servicio de la función, el minimalismo en su máxima expresión.
Sin embargo, la variedad y variación de los ideales artísticos pone en consideración aquello que en otros tiempos aparecía como valor negativo o no valor. La oportuna recualificación cultural del patrimonio industrial les ha proporcionado una estimación atractiva, modificando su calificación, de una finalidad práctica, elevando la técnica al rango de estética. Actualmente, asistimos a una atención reciente por parajes cuya escena está constituida con componentes cotidianos de la industrialización fáciles de interpretar. El paso del tiempo, la obsolescencia productiva de muchos edificios, instalaciones y utillajes, su expresividad con una identidad panorámica muy acentuada, crean un paisaje en declive, una emoción reflexiva rodeada de una áurea de romanticismo que concede una valoración plástica a estos "monumentos laborales" que podría expresarse como la belleza de lo no bello, la poesía de lo no poético.
La dinámica, el ruido, y el funcionalismo de la industrialización transformados en estática, silencio y estética. Se trata de una nueva forma de mirar que permita una reconsideración artística de la cultura y el paisaje industrial.
El maclaje, incluso anacrónico, de tantos componentes y actividades sobre estos fragmentos de la naturaleza les ha otorgado tanta vitalidad, fuerza y contenido que bien podría decirse que la industria ha sido la fábrica del paisaje. Estos parajes, centenarios y extraordinarios por la concurrencia de testimonios de un período excepcional de la humanidad, son el origen de una civilización industrial que ha generado la existencia de un importantísimo y amplísimo patrimonio del mundo laboral.
El paisaje industrial como evaluación plástica es una composición informal integrada por la concurrencia de elementos poseídos de humildad expresiva, un recital compuesto por geometrías complejas con elementos emergentes, volúmenes gigantescos, cuerpos contundentes complementados con líneas livianas, torres, postes, cableados, conducciones por tuberías, masas volátiles y atmósferas singulares. De diversos y dispersos valores formales actúan dialécticamente los unos sobre los otros configurando un espectacular escenario de gran tensión visual.
Todo este compendio de estimulaciones, aparentemente conflictivas, provocarán en el esporádico y espontáneo observador situado frente a tan complejo panorama sensaciones muy diversas que no dejará indiferente su percepción y memoria. Desde un cierto desinterés o rechazo inicial a un cautivador colapso visual de aletargada aceptación. Al final, con el espíritu serenado, todo este compendio de estimulaciones, aparentemente conflictivas, le propiciarán y experimentará una profunda emoción estética no prevista.
El patrimonio y el paisaje industrial son, además de un testimonio para interpretar un lugar, una referencia para entender la idiosincrasia de una sociedad. Como realidad creativa, material, es una manifestación figurativa que puede, y quizá, debe analizarse como un patrimonio visual cultural. Relatado con la inquietud emocional provocada por un mundo que, en su expresión material, plástica, desaparece. Y cuando el final llegue, recordaremos que, como dice Mario Benedetti "el olvido está lleno de memoria". Si la memoria laboral, industrial está repleta de insatisfacción, reivindicación y revolución, al menos, en mí, también de rebelión cultural.